viernes, 30 de marzo de 2012

Reflexión


Estoy harta. Harta de comprobar, día a día, cómo este país se hunde en la miseria mientras los que lo gobiernan se ríen tras una espesa cortina de humo procedente de un buen habano y con un whisky (que no güisqui, me perdonaréis que ignore ciertas normas de la RAE) de primera en la mano.
En lo que va de año no hemos parado de sufrir. Hemos visto cómo echaban de sus casas a gente que conocemos, hemos visto cómo desconocidos rebuscan en la basura en busca de algo que llevarse a la boca, hemos visto jóvenes desesperados dirigirse al aeropuerto más cercano desde donde nos han dicho «adiós», hemos oído a nuestros padres quejarse, incluso sollozar porque no pueden más…Hemos visto ya demasiado. Sin embargo, no parece que lo que nosotros hemos visto y vivido sea suficiente para esos señores bien vestidos que nos observan desde las alturas con gesto de suficiencia, al parecer, para estos señores, aún debemos hacer más sacrificios para salir de este agujero que ellos han cavado y en el que nos han metido sin que fuésemos ajenos.
 Y yo me pregunto…¿qué más queréis de nosotros? ¿Queréis que trabajemos gratis en pro del Estado? ¿Queréis que cedamos a nuestros primogénitos? ¿Queréis que nos alimentemos de pan y agua? Decidnos qué es lo que queréis de verdad. Porque yo lo intuyo. Queréis que trabajemos por menos dinero para que vosotros podáis embolsaros lo restante, queréis que cedamos a nuestros hijos para que podáis explotarlos a gusto, enviarlos lejos y, cuando triunfen, reclamar sus éxitos como propios, queréis que nos alimentemos de sobras mientras vosotros disfrutáis de lo que hemos producido con sudor y sufrimiento… Vosotros no queréis una democracia, vosotros queréis una dictadura que os enriquezca y os haga sentir importantes.
No me habléis de esfuerzos y sacrificios. Yo que he trabajado y estudiado durante seis largos años, dejando a un lado mi vida social, mis sueños, para formarme y ser útil. No me habléis de esfuerzos a mí, que me he ido de un país en el que no encontraba ni trabajo ni comprensión para descubrir que fuera se vive mejor y regresar siendo un mero fantasma de lo que fui, una apátrida, una desubicada…. Yo que vi cómo mi padre se quedaba sin trabajo y a los cinco meses el banco embargaba la que había sido nuestra casa. Yo que he tenido pesadillas, que he llorado por las noches, que he fingido ser fuerte y me he hundido, y he salido a flote. Yo que lucho con uñas y dientes, que trabajo por un salario mínimo por la mañana y por otro por la tarde; yo que tengo que soportar que mis jefes me amenacen con quitarme un día de sueldo si no llego por culpa de los servicios mínimos; yo que  vivo con miedo a faltar al trabajo y quedarme sin esa mierda de salario que me permite comer… Decidme qué más puedo hacer, porque ya no se me ocurre. 
Y como yo, miles o millones de personas a las que no escucháis porque hacerlo supondría daros cuenta de que estáis equivocados, de que ese camino que habéis escogido no es el que conduce al bienestar del pueblo, sino al bienestar de unos pocos elegidos. Unos pocos elegidos que ganan en un mes lo que yo gano en un año y aún se quejan, reciben dietas de transporte y comidas mientras yo me alimento con un sándwich día sí, día también; ocupan puestos de asesores donde les pagan también… ¿Por qué nosotros podemos apretar el cinturón y vosotros no? Si de verdad quisieseis acabar con la crisis sin asfixiar al pueblo, rebajaríais esos salarios imposibles o, incluso, abandonaríais uno de ellos (en caso de tener varios…que me consta los tenéis),  rechazaríais las dietas y dedicaríais el esfuerzo necesario a ese empleo que vosotros habéis elegido y que equivocadamente llamáis «política». Pero no, vosotros seguiréis en vuestra línea, sin rechazar ningún privilegio, sin «apretaros el cinturón», pero votando y aprobando recortes que sólo sirven para dejar al pueblo en una miseria que, en breve, podremos comparar a la existente durante y tras la guerra…Desnutrición, enfermedades, pobreza, mendicidad…Ahí, ahí es donde nos conduce esta maldita carretera que tan bien habéis asfaltado. 

sábado, 10 de marzo de 2012

El horror del lenguaje sexista, o cómo vemos lo que queremos ver.

Uno de los principales problemas de la sociedad en la que vivimos es la violencia de género. En la actualidad contamos con una legislación ante la cual hombres y
mujeres somos iguales y poseemos los mismos derechos y deberes. Por desgracia,
la realidad es, aún hoy en día, muy distinta y la mujer sigue estando en clara desventaja
frente al hombre. Una de las manifestaciones más notables de esta desigualdad
es la ocultación de la mujer en el lenguaje. Y es, precisamente, el lenguaje el elemento
que más influye en la formación del pensamiento de una sociedad. Por tanto, mientras
nuestra habla cotidiana siga haciendo invisibles a las mujeres, no conseguiremos
conformar una sociedad igualitaria.  Manual de lenguaje administrativo no sexista. Autores: Marta Concepción Ayala Castro; Susana Guerrero Salazar; Antonia M. Medina Guerra.
La absurdez del género humano está llegando a cotas inimaginables, amigos míos. Vivimos en un país constreñido por una mala gestión política y económica que basa su gobierno en estrujarnos cada día un poco más, en pedirnos sacrificios impensables en una democracia real...nos quitan calidad educativa, nos quitan calidad médica y nos quitan nuestra libertad de acción. Sin embargo, en un país como el nuestro, marcado hoy en día por una crisis que nos ha atacado en igual medida desde fuera que desde dentro, aún nos encontramos con esas balsas de humo que sirven para desviar nuestra atención de lo realmente importante a través de debates sobre asuntos de tercera categoría.
Uno de estos debates fantasma que ha vuelto a revivir después de un tiempo en silencio; casualidades de la vida que justamente este debate reviva cuando van a realizarse importantes recortes en los servicios sociales de nuestro país, cuando se ha aprobado una reforma laboral que, tal y como los estudiosos han dicho, lo único que consigue es perjudicar la incorporación de la mujer al mundo laboral y la conciliación laboral (usada más por las mujeres que por los hombres). Sumamente curioso, pues, que justo en este contexto de recortes sociales que perjudican a todos los ciudadanos de España, pero que especialmente clavan su aguijón en las ciudadanas españolas que quedarán en cierto sentido desprotegidas y a merced de una serie de problemas sociales que no deberían existir; justo en este momento aparece revivido el debate sobre el lenguaje sexista.
En el inicio de este post habéis podido leer el inicio del Manual de lengua administrativo no sexista usado por la Universidad Complutense y, supongo, por otras entidades del estilo. Me parece una vergüenza, un descrédito y una burla, que las autoras de este libro se hayan atrevido a poner por escrito tal conjunto de aberraciones lingüísticas y mentiras políticas. Señoras, ¿de verdad, en serio, creen ustedes que la mayor muestra de sexismo en nuestro país se encuentra en el lenguaje? ¿Ustedes suelen ver la televisión? ¿ Acaso han comparado su sueldo con un compañero varón que realice las mismas funciones? ¿Leen ustedes el periódico? No sé por qué, pero después de leer esa introducción totalmente política (y con "política" me refiero al aspecto negativo: falsa, manipuladora, retorcida) me da que las respuestas a las tres últimas preguntas sería un rotundo NO por parte de estas señoras que, al parecer, deben vivir en un mundo de piruleta.
Sin embargo, me sorprende. La verdad es que me deja atónita, para que mentiros, ver que estas señoras forman parte de la facultad de Filología de una universidad española; es decir, estas señoras que atacan con su pluma (o con sus teclas, que feas quedan las metáforas literarias en el siglo de la tecnología) al lenguaje español han tenido que estudiar la evolución del castellano y los motivos por los que el lenguaje es cómo es y no de otra manera...o quizás tuvieron una profesora defensora a ultranza del sexismo del lenguaje y se olvidó de comentarles los motivos por los que es así. Bueno, sea como sea, me ha sorprendido, porque me consta que los autores de este tipo de manuales no suelen tener grandes nociones de lingüística, algunos ni siquiera estudiaron lingüística o filología y no han acudido, como bien se quejaba Ignacio Bosque en un artículo de El País, a la opinión de expertos a la hora de realizar recomendaciones sobre el uso de la lengua, lo que ha dado lugar a la difusión de usos ajenos al lenguaje y, por lo tanto, incorrectos desde el punto de vista gramatical.
Pues bien, en este post me gustaría explicar de manera somera y breve a estos terroristas del lenguaje porqué la lengua no es sexista y porqué no se puede andar destruyendo lo que les molesta por el simple hecho de que ellos creen algo que los demás no vemos.
Inicialmente, ¿el lenguaje es sexista? No, señores, el lenguaje no es sexista, el hablante es sexista, el oyente es sexista, pero el lenguaje no lo es. Pero, ¿existen una serie de términos de connotaciones negativas cuyo género es el femenino? Sí, por supuesto, las connotaciones negativas de un vocablo como "zorra" son evidentes, aunque las connotaciones negativas presentes en  "cerdo" también son evidentes y nos encontramos ante un masculino; asimismo, hay que pensar que la historia pesa y deja sus marcas, pero nosotros somos lo suficientemente racionales como para cambiar esas connotaciones históricas del lenguaje, tal y como se ha ido haciendo con el vocabulario de connotaciones racistas (negro, siniestro, etc.). Así pues, debemos entender que el lenguaje no es sexista en sí mismo, sino que somos los hablantes y oyentes, los usuarios, de la lengua los que le otorgamos rasgos o connotaciones sexistas.
Ahora bien, los defensores a ultranza del sexismo lingüístico se amparan en que la lengua usa el masculino como genérico, lo que causa una discriminación lingüística al dejar fuera a la sección femenina que compone la realidad. Tonterías. Vamos a ver, señores, la lengua usa el género masculino como genérico desde que el mundo es mundo; si estudiamos las lenguas clásicas, el masculino aparecerá siempre como genérico. ¿Por qué? Una respuesta tan simple que me parece increíble que aún anden con estas tonterías. El femenino es un género marcado a través de una desinencia propia; es decir, para formar el femenino de una palabra debemos añadir una vocal (en castellano suele ser -a) para cambiar el género.
Lobo = Loba                                Presidente = Presidenta*                          
Sin embargo, el género masculino no tiene una marca concreta....Espera, ahora muchos dirán que para formar el masculino también debemos añadir una vocal (en castellano -o/ -e). Los que no hayáis estudiado lingüística o lenguas clásicas...quedáis perdonados y os explicaré el motivo que se esconde tras mi afirmación anterior. En las lenguas clásicas la distinción entre el femenino y el masculino no era tan clara y en el Indoeuropeo (que es la madre de las lenguas) la distinción de géneros original se hacía entre un género animado (es decir, vivo) y un género objeto (es decir, no vivo); es decir, que en los primeros estadios del Indoeuropeo no existía una oposición masculino-femenino. Las lenguas clásicas, sin embargo, sí que comenzaron a diferenciar una oposición entre masculino-femenino-neutro y aquí llega lo que nos resulta imprescindible para comprender el uso del masculino como genérico: las lenguas clásicas adoptaron las desinencias que el Indoeuropeo presentaba para el género animado (masculino y femenino) y la usaron como desinencias del masculino, mientras que para el femenino establecieron unas nuevas desinencias (de nueva creación, ojo) que servían para distinguir el femenino del masculino y el neutro, cuyas desinencias eran más antiguas. Así pues, nos encontramos con que las desinencias usadas para el masculino de las lenguas clásicas eran aquellas que el Indoeuropeo usaba para designar un género animado que incluía el masculino y el femenino. ¿En qué nos afecta a nosotros y, a las lenguas romances en general, esta historia? Nuestras lenguas proceden del latín, que es una de esas lenguas clásicas que tomó las desinencias del género animado Indoeuropeo y creo unas nuevas para el género femenino; desinencias que se nos han transmitido directamente aunque hayan evolucionado. Así, en latín el género masculino se marcaría con una desinencia en -us que ha llegado a nosotros evolucionada: la "s" final se pierde debido a su especialización como marca de plural, la -u final se abre hasta convertirse en -o...voilà! ya tenemos la marca de masculino que usamos nosotros; por otro lado, el femenino en latín se caracteriza por una desinencia en -a que se ha transmitido tal cual y se ha conservado en nuestra lengua de manera estable; sin embargo, en latín existen tres declinaciones que no diferencian entre género masculino y femenino: la tercera, la cuarta y la quinta, incluyen una sola desinencia para masculino y femenino, de manera que sigue presente la no diferenciación de géneros que veíamos en el Indoeuropeo. Y, he aquí lo curioso, las desinencias usadas en estas declinaciones para el masculino y femenino son: -us y -es (la tercera es muy variable, así que no la contaremos para evitar confusión)....y, ¿cuál es la evolución de esas desinencias al castellano? -us = o; -es = -e. Curioso. Su evolución coincide con las marcas de masculino que conservamos...
Una vez explicada esta evolución de las desinencias, creo que entenderéis el hecho de que la marca del masculino no se considera como tal, ya que es una "no marca" cuya procedencia es muy antigua y servía tanto para masculino como para femenino; sin embargo, la marca de femenino es posterior y, por lo tanto, es una marca ajena a la palabra que se añade para poder establecer una distinción entre los géneros. Así pues, hubiese sido totalmente absurdo que la lengua se decantase por usar como marca genérica una marca que excluye a los demás géneros (la marca de femenino hace eso) cuando posee una marca que no es excluyente de ningún modo (la marca de masculino; de hecho, las palabras terminadas en -e suelen tener matices masculinos y femeninos, conservando las características de la declinación latina de la que proceden).
Buitre = masculino y femenino. // Presidente = masculino y femenino// Estudiante = masculino y femenino.

Ahora bien, la gente se empeña en ver en este uso un machismo evidente que hace que la mujer sea perjudicada y anulada a través de un arma tan poderosa como el lenguaje; llegan a tal punto que si decimos: "Alumnos" para referirnos a una clase con chicos y chicas, pueden clamar que somos machistas y que estamos anulando a las alumnas de esa clase...Sin embargo, preguntad a las alumnas en cuestión qué opinan. Porque yo, y otras muchas alumnas como yo, nunca nos hemos sentido excluidas cuando se usaba el genérico...y eso que la exclusión nos habría ahorrado exámenes, entregas de trabajos... No, nosotras comprendíamos que en la lengua española se usa el masculino como genérico porque nos lo habían explicado en clases de lengua y, por lo tanto, no veíamos el mal en ese uso. Sin embargo, ahora nos dicen que no nos dábamos cuenta porque nos habían anulado (¿?) y nos habían esclavizado a través de un lenguaje sexista al que nosotras, pobres criaturas indefensas, nos hemos acostumbrado.... ¡Cuántas gilipolleces juntas! No es que me hayan anulado, señoras mías, de hecho soy una defensora a ultranza de la igualdad de género (pero de la igualdad real, no de esa de: pobres mujeres, como hay tanta desigualdad, vamos a facilitarlas el acceso a ciertos trabajos....venga, hombre, eso es machismo también y conduce a una nueva desigualdad social, ¿lo sabéis?), pero soy consciente de que la lengua usa una serie de mecanismos por un motivo concreto y uno no puede cargarse eso simplemente porque vea gigantes donde hay molinos, la verdad. Además, el uso del lenguaje que estas guías proponen, además de ser lingüísticamente incorrecto, no se ajusta a otra de las características más importantes de nuestra lengua: la economía lingüística; es decir, un uso de la lengua como el que proponen las guías del tipo: "Los y las estudiantes del centro escolar deberán acudir a la reunión acompañados y acompañadas por sus padres y madres."  Si escuchamos o leemos algo así os aseguro que nuestra atención habrá desaparecido al llegar a "reunión", porque nos resulta un uso de la lengua artificial, poco acorde a nuestras necesidades...Sin embargo, ahora parece ser que todos los escritos oficiales deberán ser así para evitar caer en las manos de lo lingüísticamente incorrecto y recibir demandas de una facción minoritaria de la sociedad (démonos cuenta que, al parecer, en España los que mandan son las facciones minoritarias de la sociedad...); recordemos la intervención de la ministra Bibiana Aído y su "miembros y miembras":




Como colofón a este post, sólo puedo reafirmarme en mi creencia de que el lenguaje no es sexista, no hace distinción negativa de géneros, sino que somos los propios usuarios los que distorsionamos el uso del lenguaje y le otorgamos una serie de usos negativos que no existían antes y que, posiblemente, en unos años habrán sido olvidados. Sin embargo, hay que tener cuidado con esta nueva moda del uso de un lenguaje políticamente correcto o, como quieren llamarle sus defensores, "no sexista" porque es una trampa fatal para nuestro lenguaje de la que puede salir  mutilado; en la lengua no vale todo y debemos tener en cuenta que existen una serie de normas que intentan mantener una coherencia en el uso de la lengua, y si las dejamos de lado lo único que conseguiremos será que nuestra lengua, esa que ha sido alabada a lo largo de los siglos, la que sirvió para poner por escrito las aventuras del hidalgo de la Mancha o las dudas filosóficas de quien no sabía diferenciar la realidad del sueño, ese lenguaje colorido y expresivo con un carácter tan marcado como el de nuestra propia cultura que ha acuñado expresiones y se ha adaptado a los cambios sin mayor problema, esa lengua nuestra desaparecerá convertida en una macabra caricatura de lo que fue.

viernes, 9 de marzo de 2012

Eterna Oscuridad reseñada en un blog

Amigos y Lectores,
Hoy vengo a dejaros una noticia maravillosa que recibí a principio de semana, pero que, por falta de tiempo, no he podido comunicarla por aquí hasta ahora. Veréis, hace ya unos cuantos meses acudí a la página de Huérfanos Literarios, un blog promocionado por Dianna Marques para poner en contacto a escritores noveles con lectores, de manera que los primeros puedan tener una opinión imparcial de sus escritos sin tener que acudir a un lector profesional. El caso es que me di de alta y al poco tiempo me enviaron las direcciones de tres lectores que cumplían los requisitos para leer y opinar sobre mi novela; les mandé un mail a todos, de ellos sólo contestó uno, que me aseguró que se leería mi novela en cuanto pudiese. Yo no tenía demasiada prisa, así que esperé pacientemente y esa espera se ha visto por fin satisfecha.
La lectora que Huérfanos Literarios me proporcionó es una de las responsables de un blog maravilloso llamado Hojas en Blanco, donde se pueden encontrar reseñas muy personales sobre algunos libros bastante conocidos y otros no tan conocidos.

El caso es que Lu, nombre de guerra de mi querida lectora, ha realizado una reseña sobre Eterna Oscuridad que me ha dejado noqueada y subida en una nube esponjosa durante toda la semana...Así que os animo a visitar este blog, que se ha convertido por derecho propio en un blog amigo, y disfrutar con las reseñas, además de comentar sin miedo.

Un saludo y feliz fin de semana a todos.

sábado, 3 de marzo de 2012

Un relato para pasar el fin de semana.

 Pues nada, espero de corazón que os guste y ya lo continuaré otro día :P
Un saludo y feliz fin de semana!


© Tamara Díaz
(Reservados todos los derechos)

El cielo grisáceo anunciaba que la tormenta no tardaría en llegar. En la lejanía, los relámpagos cruzaban el cielo dejando una estela blanquecina en la oscuridad de la noche. Ellos se mantuvieron quietos, inmóviles a pesar del viento que les azotaba y traía consigo las primeras gotas de lluvia. Dos sombras oscuras en mitad de la noche, agazapadas bajo uno de los grandes robles que bordeaban el camino hacia la aldea; sus capas ondeaban en el aire dándoles un aspecto fantasmal y permitiendo que dos dagas, colgadas en el cinto interior, centelleasen al reflejar la luminosidad de los relámpagos.
- No va a venir. - susurró una de las figuras.- Quizás no haya podido escaparse...
- No digas tonterías, Llierth, Kithia vendrá. - contestó la otra figura al tiempo que se asomaba con cautela al camino en busca de una señal. - Lo más posible es que se retrase...
- Ahora eres tú el que dices tonterías. - protestó Llierth. - Kithia nunca se retrasa.
El sonido de los cascos de unos caballos al golpear las losas de piedra del camino interrumpió su conversación y las dos figuras se refugiaron rápidamente tras el grueso tronco del roble, sin perder de vista el camino. Pronto vieron los jinetes. Eran diez, montados sobre espectaculares ejemplares negros que piafaban con nerviosismo, mientras los hombres les instaban a ir más rápido. El último de ellos llevaba el estandarte del Árbol Blanco, símbolo del pueblo de Jesiphar y de sus sacerdotes armados; el mejor destacamento bélico que quedaba en Isuarth, cuya fama se extendía por las aldeas y grandes ciudades. Tal era su fama que los grandes señores solían acudir a ellos cuando necesitaban guerreros expertos en sus guerras; guerreros para los que la muerte no supusiese un problema y para los que matar fuese simplemente un trámite más de la vida. Si querían guerreros faltos de escrúpulos y con una fe total en su trabajo, acudían a la orden del Árbol Blanco.
- Mierda. - susurró Llierth al tiempo que se escondía tras el tronco y se cubría con la capa para no ser detectado. - ¿Crees que Kithia habrá sido interceptada?
- No puede ser...- musitó la otra figura con la preocupación tiñendo su voz.
- La misión era demasiado peligrosa, Jeith. - insistió el otro. - Deberíamos abandonar esta zona antes de que nos atrapen y nos cuelguen como a vulgares rateros.
- No puedo abandonar a Kithia. - respondió Jeith y, tras asegurarse de que los caballeros habían pasado de largo, se dirigió hacia un punto cercano, donde los árboles crecían más cerca unos de otros. - Voy a coger mi montura y marcharé a Jesiphar para averiguar algo de Kithia, espérame en la taberna del viejo Kol; nos reuniremos en dos días. - Jeith tomó un ejemplar pintado que pastaba tranquilamente la hierba en torno a él y montó con agilidad. - Si no vuelvo, márchate de aquí y avisa a los demás de que la misión ha fracasado.
- Jeith es arriesgado...
- No pienso abandonar a Kithia, Llierth. - cortó él y, sin esperar respuesta de su compañero, azuzó al caballo y se lanzó en una carrera desenfrenada por el camino que conducía a la ciudad de los sacerdotes guerreros.


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 La noche no auguraba nada bueno. La joven Kithia admiraba desde la ventana de su desvencijado cuarto cómo unos densos nubarrones se extendían sobre la ciudad de Jesiphar. Era una muchacha hermosa, de suaves rasgos y grandes ojos verdosos; eso le había permitido acercarse sin sospechas a la cúpula del Árbol Blanco, los sacerdotes guerreros de Jesiphar, y ahora trabajaba para ellos, como sirvienta de cámara del gran Heither, jefe supremo de la orden.
 La muchacha suspiró y volvió a fijar sus ojos en la ciudad. Era un lugar hermoso, plagado de templos en honor al dios Jin y a la diosa Yarma; todas las construcciones se habían levantado usando piedras del Promontorio de Ethar, unas piedras muy valoradas que se caracterizaban por poseer un color blanco impoluto. La ciudad brillaba con la luz del sol, resultando cegadora para los ojos poco acostumbrados, y durante la noche, un halo blanquecino la envolvía y hacía que pareciese que los dioses mismos estaban protegiéndola.
Las campanas de los templos sonaron, indicando que era la hora de la cena. En Jesiphar todo estaba controlado, todo debía desarrollarse de acuerdo a las órdenes de los superiores de la ciudad. Así, cuando sonaban las campanas, los ciudadanos sabían que era hora de levantarse, desayunar, comer o cenar; cuando el cuerno de la ciudad sonaba, los ciudadanos sabían que era el momento de acostarse. Todo aquel que incumpliese las normas era encarcelado y sentenciado a muerte. En Jesiphar no había lugar para el desorden.
Kithia sonrió y, tras despojarse del amplio vestido de color verde con el que se vestía durante el día, se vistió con un pantalón de cuero negro y una blusa del mismo color, cubriéndose el rostro y la cabeza con una capa corta de lana teñida de negro. Para lo que debía hacer esa noche, era necesario que se confundiese con las sombras de la ciudad.
Las calles de la ciudad estaban desiertas. Todos los habitantes estaban ya encerrados en sus casas, tomando la cena y preparándose para el cuerno que indicaba el fin del día. Si la luna hubiese brillado en el cielo, Kathia habría tenido serios problemas para camuflarse en las sombras, pero aquella tormenta había sumido la ciudad en una completa oscuridad que le permitía andar sin problemas. El sonido de pisadas hizo que se detuviese y buscase cobijo en un callejón cercano, donde una rata detuvo su carrera para fijar en ella sus pequeños ojillos acuosos. Una pareja de soldados pasó por delante de él, iban en completo silencio, haciendo la ronda para verificar que todos los ciudadanos habían obedecido la orden de la campana. Kithia suspiró cuando pasaron de largo y, tras esperar unos minutos, volvió a recorrer la calle con el sigilo de una sombra.

El gran templo de Jin estaba en el centro de la ciudad, junto al cuartel general de la orden del Árbol Blanco y al edificio del Consistorio, donde se debatían las leyes y las normas de la ciudad. Llegar hasta allí no fue difícil. Pronto Kithia pudo ver el hermoso edificio blanco, iluminado por un centenar de antorchas y vigilado por una pareja de guardias pertenecientes a los iniciados de la orden. La muchacha se detuvo y escrutó la zona, buscando la mejor manera de llegar hasta el templo sin ser vista. Mientras observaba la zona descubrió que los toldos para el día de Jin ya estaban colgados. Grandes extensiones de tela rojiza y blanca cruzaban desde las calles hasta el centro de la plaza, pasando algunas por encima del edificio al que pretendía llegar. Los toldos estaban tensos y la tela parecía lo suficientemente fuerte como para soportar su peso. Kithia sonrió. No sería tan difícil llegar a su objetivo, después de todo.
Con la agilidad de un gato, Kithia trepó por una de las paredes cercanas hasta llegar al tejado de la casa, desde donde podía ver con claridad el camino que debía seguir para llegar al templo. Llegar a la primera tela iba a ser difícil, puesto que estaba alejada del tejado en el que se encontraba y subir a otra de las casas no era una opción, ya que los guardias la descubrirían con toda seguridad. Kithia frunció el ceño mientras sopesaba las opciones que tenía. Podía llegar hasta los guardias y eliminarlos, pero eso, sin lugar a dudas, llamaría la atención de los vigilantes itinerantes y no tardarían en dar el aviso, lo que suponía que, sin lugar a dudas, la atraparían y sería condenada a muerte. Su otra opción era utilizar una de las gruesas cuerdas que servían de anclaje a los toldos, podía deslizarse por ella hasta llegar al primer toldo y, desde allí, moverse en dirección al templo. Esa era la mejor opción, pero tenía un problema: los guardias miraban en su dirección, y seguramente una sombra colgada del toldo llamaría demasiado su atención. La muchacha suspiró frustrada, aunque pronto se dibujo una sonrisa en su cara. Con un ligero silbido de ella apareció, de entre las sombras, una hermosa criatura, mezcla de gato y ratón, usada desde tiempos antiguos por los cazadores debido a su capacidad para encontrar presas en los lugares más recónditos. El animal se acercó a la muchacha y se restregó contra su cuerpo, mientras ella acariciaba el pelaje oscuro y buscaba entre sus bolsillos un pedazo de queso que le ofreció con cariño.
- Ispil, querida, necesito tu ayuda. - la muchacha hablaba al animal mientras este clavaba en su dueña unos ojos pequeños y negros. - ¿Ves a esos guardias? - el animal giró la cabeza y observó con atención el punto al que señalaba el dedo de su ama. - Necesito que dejen de mirar hacia aquí, Ispil, y tú eres la única que puede hacerlo.
El animal emitió un leve gruñido, como si fuese una afirmación y una promesa de que cumpliría con su parte, y desapareció en las sombras de la noche. Kithia vio cómo el animal atravesaba la plaza sin ser visto por los guardias y se detenía junto a una taberna que se encontraba en el lado opuesto a donde ella esperaba; con rapidez, el animal volcó uno de los barriles de la entrada y los guardias, sobresaltados por el repentino ruido, abandonaron su puesto para investigar el origen. La entrada estaba despejada. Kithia sonrió mientras se lanzaba sobre la cuerda y, con agilidad, alcanzaba uno de los toldos.
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La ciudad de los sacerdotes se alzaba ante él con majestuosidad. La luz de los relámpagos incidía sobre la piedra blanca y provocaba destellos deslumbradores que convertían la oscura ciudad de Jesiphar en un hermoso espectáculo. Jeith detuvo su caballo y escrutó las sombras. No parecía haber nadie. Era realmente extraño que la ciudad más importante de los doce reinos permaneciese sin vigilancia, sobretodo si se tenían en cuenta las rígidas normas que los Consejeros imponían sobre los ciudadanos. El joven dejó caer la capa sobre sus hombres para poder observar con mayor claridad. Era un muchacho atractivo, de rasgos marcados y severos, el pelo castaño y ojos del mismo color; su cara estaba marcada por una cicatriz que llegaba desde la frente hasta la comisura del labio, dándole un aspecto aterrador.
Nada. Jeith no comprendía lo que pasaba, pero esa quietud y la falta de vigilancia no parecían presagiar nada bueno. Azuzó de nuevo a su caballo y lo dirigió hacia la muralla sur de la ciudad, donde habían instalado postes especiales para los caballos. El joven desmontó del animal y lo ató a uno de los postes, no sin antes ofrecerle un dulce como recompensa. A continuación, Jeith siguió la muralla sur hasta la puerta de Noeathir. Las hojas de la puerta estaban abiertas. No había guardias y nadie respondió a su llamada. Jeith sintió cómo el vello de sus brazos se erizaba y el corazón comenzaba a latirle con fuerza mientras pensaba en Kathia y su ausencia. Ahora tenía claro que algo había sucedido en la ciudad. Debía encontrar a la muchacha como fuera.

Avanzó por las silenciosas calles de la ciudad, cubiertas todas por la oscuridad y azotadas por un viento frío proveniente del norte. Jeith se ciñó la capa, intentando evitar que aquel frío le penetrase en los huesos y le dejase más helado de lo que ya se sentía. La situación no era normal. Las casas permanecían cerradas a cal y canto, sin ningún tipo de luz, movimiento o ruido que diera a entender la presencia de personas en su interior; sin embargo, lo que más inquietaba a Jeith era la ausencia de la guardia itinerante, esa guardia encargada de pasear durante las noches por la gran ciudad buscando a aquellos que eludían las normas. Nada ni nadie detenía sus pasos, cada vez más vacilantes, hacia el mismo centro y corazón de la ciudad santa.
Cuando se encontraba ya a pocas calles del centro, donde se encontraban el templo y el Consistorio, algo captó su atención. No sabría decir qué exactamente, pero había notado un movimiento fugaz a su derecha y el ruido de los cubos de basura al moverse le aseguraron que no se había vuelto loco. Algo se movía en la oscuridad de aquel callejón. Jeith sacó una de sus dagas del cinto y aguzó el oído, dispuesto a matar a lo que fuera que vagase en la oscuridad; un suave sonido, semejante al ronroneo de un gato, acompañado por la sombra de un animal de forma alargada y esbelta, hizo que el muchacho suspirara y se llevase la mano a la frente, intentando secar el sudor que había acumulado a pesar del frío de la noche.
- Ispil. - llamó el joven con suavidad mientras se arrodillaba en la calle y esperaba la llegada del animal que apareció al oír su nombre, las orejas levantadas en señal de atención y sus ojillos fijos en la figura que tenía delante. - Ispil, ¿dónde está tu ama? - el animal movió la cabeza para volver a fijar sus ojos en Jeith antes de volverse hacia el templo y correr entre las sombras hacia la puerta. - El templo...

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Kathia observaba desde las alturas cómo los guardias, que habían regresado a su posición tras el ajetreo organizado por Ispil, charlaban despreocupadamente mientras ella cruzaba el toldo que se situaba sobre sus cabezas. Apenas respiraba por miedo a que el ruido delatase su posición, pero la joven sonreía al ver su objetivo tan cercano. La cúpula del templo de Jin estaba a pocos pasos de su situación y en breve podría posar sus pies sobre la piedra blanca y buscar el medio para entrar en él, tal y como debía hacer. Sin embargo, un ruido llamó su atención. Miró con inquietud a los guardias que estaban debajo, pero ambos habían desaparecido sin dejar rastro. Kathia entrecerró los ojos, intentando ver en la oscuridad si los guardias habían ido a comprobar algo, pero no conseguía ver nada en la plaza. De nuevo el sonido se dejó oír y Kathia se tumbó sobre el toldo, cuan larga era, para intentar camuflarse con la tela. Habría jurado que el ruido venía del templo, pero eso era del todo imposible. El templo permanecía cerrado durante la noche y los sacerdotes dormían a pierna suelta gracias a la tisana que les había servido con la cena. Respiró hondo y asomó la cabeza por el extremo más cercano de la tela, intentando vislumbrar el origen del ruido. Con un gesto rápido, la muchacha se llevó la mano a la boca para evitar chillar y abrió los ojos con sorpresa al ver cómo la puerta del templo se abría, dejando salir de él a una compañía de jinetes de la orden del Árbol Blanco; pero no eran jinetes normales, se dijo Kathia con la mano temblorosa aún apoyada en su boca, sus ojos brillaban con un color carmesí que podía intuirse a través de las rendijas de los cascos bruñidos. No había duda, alguien había conseguido abrir el cofre y ahora los caballeros malditos de la orden marcharían por la tierra, matando y destruyendo todo lo que estuviese a su alcance.
Kathia se horrorizó al pensar en ello. Jeith le esperaba en el camino y podría cruzarse con la comitiva sin tener ni idea de lo que eran. Podría morir. Pero ella no podía hacer nada, debía continuar con su misión. Debía intentar recuperar el cofre maldito o morir en el intento, tal y como había jurado el día que salió de Elinor. Así pues, cuando la comitiva hubo desaparecido por una de las callejas que llevaba a la puerta sur de la ciudad, Kathia continuó reptando por los toldos hasta llegar a la blanquecina cúpula del templo.